(Deleuze)
“Cada vez que el deseo es traicionado, maldecido, arrancado de su campo de
inmanencia, ahí hay un sacerdote. El sacerdote ha lanzado la triple maldición
sobre le deseo: la de la ley negativa, la de la regla extrínseca, la del ideal
trascendente. Mirando hacia el Norte el sacerdote ha dicho: deseo es carencia
(¿cómo no iba a carecer de lo que se desea?). El sacerdote realizaba así el
primer sacrificio, llamado castración, y
todos los hombres y mujeres del Norte le seguían gritando cadenciosamente “carencia,
carencia es la ley común”. Luego, mirando hacia el Sur, el sacerdote ha
relacionado el deseo con el placer; y no sólo el placer obtenido acallará
momentáneamente el deseo, sino que obtenerlo ya es una forma de interrumpirlo,
de descargarlo inmediatamente y de descargarnos de él. El placer-descarga: el
sacerdote realizaba así el segundo sacrificio llamado masturbación. Por último,
mirando hacia el Este exclamó: el goce es imposible, pero el imposible goce
está inscrito en el deseo. Pues tal es el Ideal, en su imposibilidad misma, “la
carencia-de-gozar que es la vida. El sacerdote realizaba así el tercer sacrificio,
fantasma o mil y una noches, ciento veinte días, mientras que los hombres del
Este cantaban: sí, seremos vuestro fantasma, vuestro ideal y vuestra
imposibilidad, los vuestros y también los nuestros. El sacerdote no había
mirado hacia el Oeste, puesto que sabía perfectamente que estaba ocupado por un
plan de consistencia, pero creía que esa dirección estaba cerrada por las
columnas de Hércules, no tenía salida, no estaba habitada por hombres. Sin
embargo, ahí era donde se ocultaba el deseo, el Oeste era el camino más corto
del Este, y de las otras direcciones redescubiertas y desterritorializadas”.